Las Voces del Lowcountry

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Elsa

La inestabilidad económica en América Latina y las crisis periódicas como la de Argentina durante los años 1998-2002 se encuentran entre las fuerzas propulsoras que impactan el flujo migratorio a Estados Unidos. En esta entrevista, Elsa Méndez cuenta porque decidió dejar su Mendoza, Argentina natal buscando un mejor futuro para su hijo en Charleston. Aunque la transición fue dolorosa, las dificultades que encontró fueron mitigadas gracias a la bondad y generosidad de su familia y de sus nuevos vecinos.  

Segmento de la entrevista de Elsa Méndez con Marina López, 14 de juno de 2012, cortesía del Programa de Historia Oral del Citadel y de Lowcountry Digital Library. Este segmento corresponde a los minutos 08:08-15:05 de la entrevista original. Para acceder a la grabación completa de esta historia oral y su transcripción, haga clic aquí.

Marina López: ¿Cuántos años tenía cuando se casó?

Elsa Méndez: Tenía veintiuno, casi veintidós, Alberto veintiuno. Alberto veinte por cumplir veintiuno así que lo tuvieron que firmar para que se casara, sí, era re chico—éramos chicos, y la diferencia entre un hombre y una mujer es que la mujer madura antes, pero de todos modos podría decir que—siempre decimos que volveríamos a vivir todo lo que hemos vivido, volveríamos a hacer absolutamente todo lo que hemos hecho, no nos arrepentimos para nada.

Y bueno, nos vinimos con un bebé en los brazos acá, tenía un año y medio Albertito.

ML: Y usted me dice que las cosas estaban difíciles, que—cuando usted dice que las cosas eran difíciles, ¿Eran difíciles personalmente por el torbellino de cosas que le habían pasado a usted?

EM: No, aparte que nosotros no teníamos nada, o sea, nos casamos y nos fuimos a vivir a la casa de la abuela de Alberto—que vivía sola, y después de ahí nos fuimos a vivir a la casa de—no, a la casa de mi mamá, y de ahí mi hermana se compra una casa,—la hermana de Lucy—y nos presta la casa. 

La situación estaba difícil, o sea, a tal punto de comprar lo indispensable, a veces no había hasta plata para los pañales del bebé, y era una situación que asfixiaba realmente. Alberto trabajaba y salía para pagar lo básico, indispensable, entonces Anita ya estaba acá.

ML: Anita es su hermana.

EM: Mi hermana. Ya llevaba como, creo que como un año o dos—

ML: ¿Qué año era esto Elsa?

EM: Estamos en el 2012, en el 2000, ¿2001? ¿2002?

ML: 2001, 2002, ¿Se vino antes que lo de las torres, lo del— 

EM: Sí, antes.

ML: Antes de lo de las torres.

(Voces cruzadas)

EM: Antes, estábamos acá cuando sucedió eso.

ML: Y, ella, Anita estaba aquí, ¿Había alguien más que estuviera aquí?, o solo Anita?

EM: Sí, primero se vino Anita, y después viajó mi cuñado Claudio, pero ellos se fueron a Nueva York, ellos decidieron irse a vivir a Nueva York, entonces cuando a nosotros se nos ocurre—en realidad la idea fue mía—estaba un poco estresada por la situación y le escribí una carta a Anita, viendo la posibilidad de que nos ayudara para venirnos.

ML: ¿Qué era lo que usted escuchaba de Estados Unidos que te dijo, ¡“Guau!, ¿para allá me voy”?, ¿Cuáles fueron las cosas que usted empezó a fantasear, a soñar?, ¿Por qué Estados Unidos se empezó a presentar como una oportunidad para usted y su familia?

EM: Fue una oportunidad—en realidad debo decir que fue un arranque de locura el haberme venido, no fue nada que yo planeara. Yo sabía que estaba Estados Unidos, que acá se podía trabajar y se podía ganar, se podía vivir—dignamente. 

ML: Yo te preguntaría, y eso usted lo sabía porque, ¿Anita le contaba? ¿Tenía amigos que comentaban, ¿Por qué?

EM: Sí, por eso. Porque decían que todo estaba fantástico—era lo que se pintaba, además era como—venir a Estados Unidos, era como el país inalcanzable, o era como un sueño de ricos nada más. Y después—

ML: Usted quiere decir, como turistas—

EM: —Sí, como turistas y después como que el que venía a trabajar ganaba buena plata, entonces era un oportunidad espectacular para cada uno de nosotros porque lo veníamos como una excelente publicidad que se veía que la gente promocionaba.

ML: ¿Alguna vez pensaron en irse a otro lado?

EM: No.

ML: Usted sabe que en nuestro país [Argentina] hay gente que piensa en España, gente que piensa en Italia, piensa en otros lados, ¿Alguna vez pensaron, fantasearon con otro lugar?

EM: Yo jamás fantaseé con irme a ningún lado.

ML: Fue un arranque. ¿Cuánto piensa usted—cuando usted se vino, ¿Ya había pasado toda la gran crisis económica en Argentina, con la caída del gobierno [Fernando] de la Rúa, y con los seis presidentes que tuvimos en una semana, ¿Eso ya había pasado o no?

EM: No. Estaba [Carlos] Menen creo que ese tiempo, ¿No?

ML: Y entonces—así que todavía no había pasado la gran crisis económica—

EM: No, creo que estaba empezando.

ML: Ok.

EM: Cuando empezaron a vender todas las cosas en Argentina y este se empezó a poco.

ML: Ok.

EM: Sí.

ML: Ok, y entonces usted tuvo un arranque. 

EM: Sí, fue un arranque.

ML: ¿Al cuánto tiempo decidió venirse?

EM: Creo que fue en un mes, en menos de un mes.

ML: En un mes.

EM: Sí.

ML: ¿Qué fue lo que tuvo que hacer en ese mes?

EM: Bueno, escribí la carta y le dije a mi marido, “Si Anita nos contesta, nos vamos”, ni siquiera puedo—si me remonto a recordar, creo que recuerdo solamente el momento en que escribí la carta y después ya me vi acá.

ML: ¿No se acuerda lo que pasó en ese mes?

EM: Creo que pasó algo en mi cerebro.

(Risas)

EM: No sé qué fue. Y—creo que lo tengo anulado porque fue fuerte, entonces.

ML: No se acuerda lo que le dijo su familia, no se acuerda lo que le dijo la familia de Alberto—

EM: No me acuerdo del momento en el que le dije—no me acuerdo el momento en el que le dije a mi mamá, no me acuerdo el momento en el que le dije. 

Sí me acuerdo el momento en el aeropuerto, y cuando llegué acá.

ML: ¿Se acuerda—aunque no se acuerde del momento en que se lo dijo a su mamá—¿Se acuerda lo que la gente de su familia opinó sobre su decisión?

EM: No me acuerdo, creo que mi mamá siempre nos apoyó en las decisiones que tomábamos, aunque creo que—no sé, creo que se ha de haber muerto con esa decisión. 

ML: Como que su mami se la aguantó.

EM: Sí, se la aguantó.

ML: ¿Cuándo tiempo tenía Albertito cuando usted se vino?

EM: Un año y medio.

ML: Así que usted tomó todas estas decisiones mientras estaba teniendo un bebé en los brazos.

EM: Sí.

ML: Aprendiendo a ser mamá.

EM: Sí.

ML: ¿De dónde sacó la plata para venirse?

EM: Anita me la mandó. Primero se venía Alberto—esa era la idea—y después—primero se vino Alberto, y Anita hizo el esfuerzo y nos mandó la plata para los dos.

ML: Para que se vinieran los dos.

EM: Sí, nos íbamos a separar y eso era lo que más nos costaba, y—bueno, de ahí dijo que nos iba a mandar el dinero para los dos, y que siempre digo que Dios usó a Anita para que llegara acá.

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<em>Una parte emerge y una parte se sumerge</em><span>, pintura de Maribel Acosta, Charleston, Carolina del Sur, 2013.&nbsp;Acosta es una artista, educadora, directora teatral y miembro activo de la comunidad. Su arte encapsula temas relacionados con la comunidad, la migración y el Lowcountry.</span>

Una parte emerge y una parte se sumerge, pintura de Maribel Acosta, Charleston, Carolina del Sur, 2013. 

Segmento de la entrevista de Elsa Méndez con Marina López, 14 de juno de 2012, cortesía del Programa de Historia Oral del Citadel y de Lowcountry Digital Library. Este segmento corresponde a los minutos 15:05-24:30 de la entrevista original. Para acceder a la grabación completa de esta historia oral y su transcripción, haga clic aquí.

ML: ¿Y Anita ya estaba viviendo aquí en Charleston o estaba en otra parte?

EM: No, la Anita ya estaba acá.

ML: Anita ya estaba en Charleston.

EM: Sí, la había ido a buscar—convengamos que se había venido con un par de médicos que la trajeron y la hicieron pasar—bueno, cosas indecibles.

Y el Rubén la fue a buscar, y la trajo hasta acá.

ML: Y ella estaba en otro estado, ¿Verdad?

EM: Ella estaba en Luisiana.

ML: Y se la trajo aquí—y cuando usted la contactó a ella cuando le escribió la carta, ¿Ella ya estaba aquí?

EM: Ella ya estaba acá.

ML: Ella ya estaba aquí, ok.

EM: Ya estaba acá.

ML: Así es que cuando ustedes llegaron, ¿A dónde fue que llegaron?

EM: Nosotras, la—Anita había alquilado un tráiler para nosotras.

ML: ¿Ya tenían su lugarcito?

EM: Sí, ella había alquilado un tráiler y nosotras no teníamos idea de lo que era un tráiler. Y yo creo que me acuerdo cuando lo vi dije, “Pero esto es un colectivo”.

(Risas)

EM: “Ay Dios mío Alberto”, bueno. Pero era—la Anita lo había puesto hermoso, le había comprado una cama al Albertito, había hecho todo en realidad.

ML: Antes de llegar a su tráiler, ¿Por dónde se vino?, ¿Cómo hizo su viaje?, ¿De Mendoza para dónde sale?

EM: Fue Mendoza—Santiago, Santiago—Nueva York,, Nueva York—Charleston.

ML: ¿Se acuerda de sus impresiones en New York o en Charleston en el aeropuerto?

EM: Creo que los nervios fueron tales que yo, lo único que estaba preocupada era que no se cayera el avión y que estuviéramos a salvo.

(Risas)

ML: ¿Era la primera vez que viajaban en avión? 

EM: No, ya había viajado pero soy un poco temerosa a las alturas. Había bajado de Chile a Argentina—a Mendoza—y bueno, al cruzar las montañas cuando está cerrado el paso, tenemos que viajar en avión.

ML: ¿Cuáles fueron las primeras cosas, los primeros signos que la hicieron a usted darse cuenta que usted estaba en otro lado? Más allá del idioma con la que la gente le hablaba, ¿No?, pero, las cosas que le impresionaron como, ¡“Guau!, esto es diferente”.

EM: Parece muy tonto pero la dimensión de las cosas, todo tan grande, absolutamente en tamaño y todo, un sachet de leche era un galón de leche.

ML: Un sachet de leche, ¿Qué más?, cuénteme, ¿Qué otra cosa?

EM: Un paquete de manteca—no sé, un paquete de un kilo de manteca, todo en grande dimensiones. No sé, las distancias me parecían enormes y no teníamos auto, así que teníamos que caminar, y yo decía, “Dios mío, esto es"—en Argentina tampoco tenía auto pero tomaba el colectivo y me movía fácilmente.

ML: ¿Cómo fue hicieron que hicieron?—ustedes tienen su ángel Anita acá, que les prepara el tráiler y la camita para Alberto, ¿Cómo fue el que empezó a trabajar?, porque había que mantenerse una vez que llegaban acá. 

EM: En realidad mi mamá fue la—bueno, voy a contar que mi mamá fue la que me [Incomprensible], me dio plata para venirme.

Hicieron esfuerzos enormes mi familia para venirme, me trajo—me dio en ese tiempo quinientos dólares y los quinientos dólares se me fueron en dos semanas, tres semanas, se me deshizo la plata, y Alberto no tenía trabajo, y entonces no sabíamos qué hacer. Pero siempre—bueno, yo siempre digo que Dios—soy una persona muy creyente—y pone a la gente indicada en el momento indicado, y ahí había un par de americanos que nos dieron la bienvenida, Glenda, June y Den fueron las primeras personas americanas que nos tendieron la mano.

ML: Y ellos, ¿Cómo los conocieron a ellos?

EM: Ellos se acercaron—bueno, como yo tenía la costumbre de salir afuera y sentarme en la puerta—tipo Mendoza en Estados Unidos—pasaban, me saludaban, y entonces yo los saludaba y por los niños, por Albertito, se acercaron, me trajeron—fueron bondadosos, debo decir que las primeras personas que conocí acá fueron muy buenas.

Nos trajeron juguetes, nos trajeron, creo que mercadería, ellas fueron Glenda y June, ellas se acercaron, empezaron a—traían diccionario para tratar de comunicarse conmigo y, ahí con Alberto—Alberto es muy sociable así que ahí nomás se hicieron amigas, y bueno, nos ayudaron un montón.

Entonces, yo en mi nada de inglés le expliqué a ella que necesitaba que mi marido trabajara, ¿Cómo lo hice?, no lo sé, creo que con el diccionario en la mano. Y el vecino de a lado—me acuerdo que tenía una ranurita en la persiana, y yo le decía a mi marido, “Alberto, parece que este es loco porque mira por la ventana todo el tiempo”.

Y él fue el que le dio el trabajo a mi marido. Glenda y June era amigos de Dell.

ML: Del que espiaba por la ventana.

EM: Del que espiaba por la ventana, y cuando lo conocimos, fue a conocer a otra persona que Dios la mandó, me la puso, porque él sin conocernos, sin ser nuestro amigo se llevó a Alberto a trabajar a los dos días de haberle pedido trabajo.

ML: ¿Qué tipo de trabajo hacía?

EM: Alberto no sabía hacer nada más que serigrafía y trabajar—se lo llevó a hacer carpintería, y le dijo—Alberto le dijo que él no sabía trabajar pero que él estaba dispuesto a aprender, así que se fue con él en la camioneta.

Me acuerdo patente de ese día. Y bueno, ahí trabajó con él, y se hicieron—nos hicimos grandes amigos, él no tenía familia así que nosotros pasamos a ser su familia y él parte de la nuestra, una excelente persona, yo le limpiaba el tráiler, él me prestaba la lava ropa, yo cocinaba en la noche y él venía a comer con nosotros, y le lavaba la ropa, le limpiaba su tráiler, era como que nos ayudábamos mutuamente, comíamos juntos afuera, así que bueno, fue nuestro primer—

ML: Y se comunicaban como podían.

EM: Sí, él se compró un traductor, un traductor de esos electrónicos así que hablábamos así, y si no con señas y nos reíamos muchísimo, debo decir que ese tiempo fue además de duro, fue, porque yo le preparaba las valijas a mi marido todas las semanas para irme, lo esperaba con las valijas hechas. 

ML: Porque usted se tenía que quedar—

EM: Sí, yo me quedaba—

ML: Usted se quedaba solita durante el día, ¿Verdad?

EM: Sí, totalmente, sin cable,—solamente de un canal, o esos canales que son al aire y que yo no entendía nada, tenía que ir al supermercado del changuito—con el changuito,—y el Albertito tenía—yo me acuerdo que tenía un toldito, el paragüitas, y tenía la mitad de las piernas bien marrones y las otras blancas, se las quemaba de ir al supermercado caminando. 

ML: ¿A qué supermercado iban?

EM: Al BI-LO.

ML: Al BI-LO. Sobre ¿Dónde estaba el parqueadero?, o sea—

EM: Cuando nosotros—no me acuerdo de la calle—Leeds Avenue creo.

ML: En Leeds Avenue. 

EM: No estoy segura si era esa exactamente, pero ahí caminábamos hasta por Dorchester—no, por la Dorchester hasta el BI-LO que serían como unas más de—muchas más de diez cuadras.

ML: Y eso tenía que hacer usted solita con—

EM: Sí.

ML: ¿Cómo hacía usted que ha sido tan apegada y ha sido la más mimosa de su familia y todo eso, para comunicarse con su mamá, con su papá, con sus hermanos en Argentina?

EM: Compramos las tarjetas esas, que no duraban nada al principio porque—bueno, no sabíamos, comprábamos cualquier tarjeta y los llamábamos una vez al mes creo.

ML: Así que usted se quedaba en la casa y cada día armaba la valija.

EM: Sí.

ML: ¿Qué decía Alberto?

EM: Y le decía a Alberto, “Vámonos por favor”, y él me decía, “No, nos podemos ir, tenemos que seguir, dale, ya estamos acá, ya estoy trabajando”, pero yo no, no me quería quedar. Creo que, no sé. Somos como a veces tan parecidos a los animales.

ML: ¿Qué quiere decir?

EM: A veces a los caballos—es como que el caballo relincha y se pone arisco, y lo doman, era fuerte hasta que camina, hasta que se adapta. 

ML: ¿Y usted siente que la domaron a usted?, ¿Qué usted se quería saltar como un caballo y que la domaron?

EM: Creo que la necesidad hizo eso.

ML: ¿Qué fue—usted dice la necesidad, ¿Cuáles fueron las cosas que usted empezó a ver que le resultaban para su familia?, ¿Qué usted empezó a poner del otro lado de la balanza y dijo—se dejó domar. ¿Cuáles fueron las otras cosas que empezó a ver?

EM: Que, pues que a Albertito no le faltaba nada porque los pañales eran accesibles, la leche, y todo lo que él necesitaba lo tenía.